Juan Carlos Aragón:«Tanto Cádiz como el gaditano dan para más literatura de la que se ha escrito hasta ahora»

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Juan Carlos Aragón:«Tanto Cádiz como el gaditano dan para más literatura de la que se ha escrito hasta ahora»
Juan Carlos Aragón y José Guerrero «Yuyu» durante la presentación de la novela en La Carbonería
Juan Carlos Aragón (Cádiz, 1967) acaba de debutar con su primera novela, «El pasodoble interminable» (El Paseo Editorial), un brillante ejercicio de introspección del carnaval de Cádiz visto desde la experiencia de uno de los grandes comparsistas que existen en la actualidad. El relato es una «narración en marcha», a caballo entre la realidad y la ficción, que se centra en el proceso de creación de la comparsa Los Peregrinos, que ha sido una de las más destacadas dentro del concurso del Teatro Falla de la presente edición.
―¿Se podría definir «El pasodoble interminable» como una novela muy atípica o heterodoxa por lo novedoso que plantea?
―Le compro lo de atípica y heterodoxa, pero no por lo que plantea, sino por cómo lo plantea. La base de cotización de la novela es el histórico debate entre el arte por el arte o el arte grosamente concebido para su función crematística. Lo novedoso —y valiente— que plantea es el marco en el que la desarrollo: el mundo del carnaval en carne viva desde mi óptica privilegiada, que no es otro que el de su propio centro de gravedad, la óptica que tengo después de casi 30 años de carnavalero militante. Ningún otro autor lo había hecho antes. Los de novela, porque adolecen de esta óptica. Los de carnaval, porque no escriben libros; se conforman con los libretos —que, dicho sea de paso, muchos contienen una talla literaria que más quisieran algunos que rezan como escritores profesionales—
―¿Cómo ha podido novelar la gestación y desarrollo de su comparsa Los Peregrinos mientras se preparaba al mismo tiempo para la participación en el Concurso del Teatro Falla?
―Eso quizá haya sido lo más difícil y cansado. Difícil porque he ido anticipándome a los hechos que luego efectivamente han ocurrido de forma alucinante. Cantidad de pasajes y situaciones se han reproducido tal cual dos meses después de que fuesen descritos. Pero claro, este hecho me ha generado la sensación de haber vivido dos veces —y escrito dos veces— todo el proceso de fabricación de la comparsa y su posterior participación en el Concurso del Falla. Ha sido increíble. No si se habrá sido un innato don adivinatorio o que los hechos han ocurrido así arrastrados por mi propia sugestión al saber de su versión novelada. Este atractivo matiz de la novela me ha dejado fundido. Si hay una próxima novela ambientada en carnaval será escrita después del Concurso, se lo garantizo.
―Todo el mundo que ha leído su novela coincide en la gran emotividad que encierra el libro. ¿Está de acuerdo?
―Por una parte, el mundo del carnaval es un activo en la generación de pasiones desatadas. Al contarlo desde mi óptica, por tanto, la emotividad riega desde la portada hasta el punto y final, tanto que estamos estudiando la necesidad de hacer la próxima edición en pasta dura. Por la otra, yo —cada vez que hablo, canto, pienso, compongo y escribo— desnudo mi alma, para lo bueno y para lo no tanto. No me da vergüenza. La perdí cuando asumí con resignación mi naturaleza mortal. La vergüenza no merece la pena.
―Otro de los puntos fuertes de su obra es su cuidada escritura. ¿Eso es una marca de la casa de Juan Carlos Aragón?
―Desde que me inicié en el apasionante cosmos literario, fui un amante de las formas. De hecho, son las únicas formas que guardo, la escritura. Al enamorarme de ellas a través de las obras de Neruda, Juan Ramón, Baudelaire, Benedetti, Góngora o Cortázar, vi que no podía por menos que tener como referentes a estos gigolós de la palabra. Soy un ecléctico total, y aunque creo haber conseguido un estilo personalísimo, confieso debérselo a ellos.
―¿En qué medida cree que la visión del poeta asoma en las páginas de esta narración?
«La filosofía, entendida del único modo que la entiendo —al de Nietzsche y Onfray—, me obliga a tirarme de cabeza al mar del carnaval»
―Si —como le he dicho— desnudo mi alma cada vez que escribo un solo sintagma, comprenderá que mis narraciones tengan mucho de autobiográfico. Además, la única realidad posible es la perspectiva. Esto ya lo inventó Protágoras y lo certificó Ortega. Gasset solo lo corrigió. Otra visión que no fuese la mía propia no haría real ni creíble lo que cuento en la novela
―En los últimos años ha habido algunas novelas ambientadas en el carnaval. ¿Qué atractivo cree que posee el carnaval de Cádiz a la hora de ser retratado de una forma literaria? ¿Es sencillo trasladar al papel una manifestación tan popular, tan de la calle? (Lo digo porque me recuerda, en cierto modo, a las obras literarias que han plasmado un mundo tan peculiar como el del fútbol).
―Del resto de la emergente literatura carnavalesca prefiero no comentar. Con todos mis respetos, sus autores no conocen el mundo del que hablan. La fantasía puede valer cuando parte de la realidad, pero no cuando la sustituye del todo.
―Tras la buena acogida que está teniendo «El pasodoble interminable», ¿le gustaría en un futuro hacer alguna otra novela ambientada en Cádiz pero ofreciendo otra perspectiva distinta de la ciudad? Se lo pregunto esto después de la gran aceptación que ha tenido la novela policiaca de Benito Olmo «La maniobra de la tortuga».
Tanto Cádiz como el gaditano dan para más literatura de la que se ha escrito hasta ahora. Es un filón inagotable. Por su supuesto que lo haría. Pero en estos momentos en los que me encuentro sumergido en la depresión poscarnaval… pregúntame algo de fútbol, mejor; te lo agradecería…
―¿Qué hace un profesor de filosofía metido en toda la vorágine del carnaval gaditano?
―La filosofía, entendida del único modo que la entiendo —al de Nietzsche y Onfray—, me obliga a tirarme de cabeza al mar del carnaval, una de las mayores expresiones del vitalismo contemporáneo. Al contrario, lo que no me explico tan bien es qué hacen los profesores de filosofía impartiendo los temarios que nos imponen. Eso tiene de filosofía lo mismo que yo de cura.
―¿Qué imagen se llevan otros comparsistas en la novela como Martínez Ares? ¿Hay en realidad tanta rivalidad entre ustedes o no es para tanto?
A mis colegas los trato con simpatía y cariño, pues los estimo bastante en persona y obra, especialmente a Martínez Ares. La rivalidad en carnaval para mí no existe, pues las obras de arte —y el carnaval lo es— no compiten entre ellas. Como dice el Comandante Matarratas en cierto pasaje: «El carnaval es un arte, no un deporte». Hay más rivalidad entre grupos y aficiones que entre los propios autores. Podemos amarnos o dejarnos indiferentes, pero nunca vamos a llegar más allá.

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